lunes, 30 de julio de 2012

Cuatro.

Soy una ficha de dominó que ha entrado inevitablemente en tu juego, amor. Y, al igual que en el de la vida, todos terminamos cayendo.


Soy la espera para estar junto a otra pieza con puntos en común. Pero soy una ficha en blanco.

domingo, 29 de julio de 2012

Deseosamente mía.

Siempre quise ser pelirroja y peligrosamente preciosa. Conquistar con ojos verdes y un cielo de pecas a las que mil hombres pudiesen pedir deseos. Medir unos centímetros más para ver la luna en la noche un poco más de cerca. Tener acento inglés.

Podría haber tenido una voz bonita de la que un desconocido se enamorase cuando me oyese pedir un café para llevar. Podría haber continuado con las clases de piano y tener un medio de expresión que no fuesen las propias palabras, sino la música propia. Podría haber desarrollado más el don de la escritura que el de la lectura.

Ojalá hubiese ido a clases de ballet cuando era pequeña para ahora saber mantenerme en equilibrio en la cuerda floja del día a día. Ojalá también algún arte marcial para poder enfrentarme al monstruo de debajo de mi cama y al que me convierto ciertas noches de luna nueva.

Debí aprovechar las oportunidades que tantas veces dejé pasar. Hacer caso a mi madre cuando me decía que entendería las cosas cuando fuese mayor en vez de alimentar mi ego. Defenderme como me enseñó mi padre.

Mi diario debería haber sido de sueños, y tendría ahora más de mil historias que leer cuando no puedo dormir.

Debería haber dicho todo lo que pensé, a riesgo de herir(me). Tendría que haber sido más valiente. Podría haber aprendido a quererme antes.

Pero no sería yo.

domingo, 15 de julio de 2012

Los cinco pares.

Mi sistema sensorial ya no funciona correctamente, pues ha creado una correlación con los cinco elementos y ahora estás en todas partes.

El olor a comida recién hecha es desayunos en tu cama y cenas fuera de casa. El olor a hierba es la siesta en el parque las tardes de verano. Limón y menta son ahora tu colonia, y muero por enfrascar el olor de tu pelo recién lavado. Como el agua en el que se diluyen las rosas para obtener su perfume, yo me diluyo en ti.

El tacto de las sábanas se ha vuelto piel, y me enredo en ellas como si de tus manos se tratasen. Me escondo, giro y duermo acunada. El agua de la ducha ya no es agua sino lengua y saliva, y acaricia cada zona de mi piel con tanta presión como pureza. Me sobra la ropa si estás cerca, y ahora en verano permanezco en estado febril. Como el fuego que destruye los bosques para empezar una nueva vida, yo ardo en ti.

El sabor del té recién hecho son tus besos a media tarde. El frescor de los helados me provocan sed de ti. Las fresas con leche condensada, cada orgasmo. Las lágrimas saladas de tristezas y alegrías. Como la tierra en la que crece el alimento, yo crezco en ti.

Ahora puedo escuchar el aire incluso cuando no está en movimiento. Escucho la risa de la brisa que me levanta la falda y se esconde entre mis piernas; me aferro a ella cuando no puedo coger tu mano. El piar de los pájaros cada mañana suena a despertares de besos. La pasión de las tormentas me mantiene atada a las horas en tu cama. Mi vida tiene ahora banda sonora. Como el aire que nos mantiene con vida, yo vivo en ti.

Te miro y te veo. Nos veo. Diviso dos senderos muchos kilómetros atrás, y que ahora son uno por el que caminamos juntos. Hay piedras con las que tropezar, muros que escalar y abismos que sortear. Pero qué es eso comparado con nosotros. La realidad no es cruda, sino fascinante. Somos éter, porque formamos un espacio que es sólo nuestro.

domingo, 8 de julio de 2012

Se está cayendo el cielo.

Cuando las opciones escasean y el futuro comienza a derrumbarse, ¿es mejor dejar que caiga todo y después caminar entre las ruinas o echar a correr esquivando sus proyectiles?

En el primer caso habrá una espera irritante y después un camino tortuoso.
El segundo conlleva un mayor riesgo.

domingo, 1 de julio de 2012

La cicatriz es el recuerdo de la herida.

cicatriz.
(Del lat. cicātrix, -īcis).
1. f. Señal que queda en los tejidos orgánicos después de curada una herida o llaga.
2. f. Impresión que queda en el ánimo por algún sentimiento pasado. 

Pienso en mí misma, y en lo tranquila que era de pequeña. Si nunca hice travesuras, ¿de dónde han salido todas estas cicatrices que marcan mi piel? Recuerdo cómo al bajar de un árbol me rocé con una rama y me hice la del antebrazo. Recuerdo que caí de espaldas jugando al fútbol y me hice la de la rabadilla. Las cicatrices de rodillas, ingles y cadera sé que fueron por una caída en la piscina cuando podía decir mi edad con los dedos de una mano. Todas las demás son cicatrices en blanco, no sólo por su color.

La caída en la piscina fueron unos rasguños, pero hubo una temporada que tuve las rodillas blancas; ahora se ve menos. La del brazo ni siquiera sangró. La menos imponente y en su momento realmente dolorosa fue la del fútbol.

A pesar de esos pocos e insuficientes argumentos, sé que estoy en lo cierto si digo que, cuanto mayor es la cicatriz, menor fue el daño.

Nuestro cerebro está programado para olvidar los sentimientos más agudos con los que ha trabajado. Y, sin duda alguna, el dolor es el más intenso, únicamente equiparado con el miedo. Cuanto más fuerte fue el dolor, menos lo recordamos.

Situaciones desagradables, palabras dichas o excluidas, acciones impulsivas... De ellas ha quedado la sensación desagradable que dejó el dolor. Piensas en lo que ocurrió "Estábamos los dos, de pie, él me dijo algo y sé que fue muy duro, porque no pude evitar echarme a llorar.", pero todo el recuerdo está borroso e inconcluso.

Nos miramos de forma introspectiva y vemos un parche aquí, otro allá, una tirita de elefantes, unos puntos mal dados. ¿De dónde ha salido todo eso, que yo no lo recuerdo? El tiempo ha pasado, la herida se ha cerrado con el olvido y quedan los remiendos propios o ajenos.

Pero del olvido no se aprende, por eso conservamos otras sensaciones. Miro los elefantes y pienso que debo ser más comprensiva con papá. Miro los puntos y sé que en el amor no sólo hay besos y dulces palabras, y que debo tener más cuidado a la hora de elegir en quién confiar.

El dolor no nos hace más fuertes, a no ser que lo tomemos como el primer suceso del principio de causalidad. El dolor es debido a la herida, que cicatriza y nos enseña. Las muchas heridas producen un sentimiento de inseguridad, nos hace sentir frágiles. Pero son las enseñanzas adquiridas lo que nos hace fuertes.

Aún así, es un alivio que, como un iceberg, se vea poco en la superficie del dolor más profundo. No se presume de las heridas de guerra, porque todos sabemos que algo se perdió en la batalla.