sábado, 29 de septiembre de 2012

Yo soñador y tú sueño.

Vamos, ven a mi árbol en flor, esta noche apagaremos la luz y dejaré pares de gafas sobre tus brotes. Con la punta de tus ramas rayarás la bóveda celeste y sacudirás el tronco invisible que sostiene la luna. De nuevo caerán los sueños como una nieve tibia a nuestros pies. Tus raíces en forma de tacón de aguja las plantarás en la tierra, firmemente ancladas. Deja que me suba a tu corazón de bambú, quiero dormir a tu lado.
 La mecánica del corazón, Mathias Malzieu.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Hablando en plata.

He decidido leerme Sobre la libertad, de John Stuart Mill, antes de esta entrada para verificar un par de cosas con un entendido en la materia.

Estos últimos días he oído hablar tanto de la libertad de expresión que me ha dado dolor de cabeza y ha provocado que saliese a la luz —de mi bombilla, al menos— la ligereza con la que se utilizan ciertas palabras, ateniéndose a la parte de su significado más conveniente. En este caso, quiero referirme a la ya mencionada libertad.

En la RAE hay dos acepciones muy apropiadas para lo que quiero exponer.
libertad.
(Del lat. libertas, -ātis).
1. f. Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.
5. f. Facultad que se disfruta en las naciones bien gobernadas de hacer y decir cuanto no se oponga a las leyes ni a las buenas costumbres.

Cada uno es responsable de todo lo que hace y todo tiene sus consecuencias. Somos libres de decidir dejar algo para más tarde, ya sea hacer la compra, tareas domésticas o sacar al perro, y hasta de estas cosas tan simples pueden surgirnos contratiempos, como quedarse sin café, ningún plato limpio o el perro haciendo sus necesidades en la alfombra del salón. Pero son casos que afectan a uno mismo.

El problema surge cuando nuestros actos afectan a alguien más, y es que vivimos en una sociedad. A parte de nuestro derecho de libertad, tenemos unos deberes para con ella. Somos libres de emborracharnos en el bar de la esquina, pero se nos prohibe conducir en ese estado no sólo por nuestra seguridad, sino por la del resto.

Esto quiere decir que "para aquello que no le atañe más que a él, su independencia es, de hecho, absoluta. Sobre sí mismo, sobre su cuerpo y su espíritu, el individuo es soberano." Sin embargo, en el momento en que las acciones también recaen sobre otros, se es responsable del mal que estas puedan causarles.

Pero nos limitamos a identificar este mal como daños físicos y apenas recordamos el psicológico. Cuántas veces habremos escuchado la expresión violencia verbal y cuántas otras no le hemos tenido la suficiente consideración. El maltrato psicológico es aquel en el que se humilla, desprecia y minusvalora a la persona, tanto su autoestima como sus creencias y opiniones. Y en una sociedad donde a todos nos gusta llevar la razón —una razón ni siquiera absoluta— no es difícil sobrepasar esa línea entre defender tus argumentos y despreciar los del otro.

En una discusión entre un monárquico y un republicano, un ateo y un creyente o un homosexual y un heterosexual, "se debe condenar a todo aquel, sea cualquiera el lado del argumento en que se coloque, en cuya defensa se manifieste o falta de buena fe, o malicia, o intolerancia de sentimientos." Porque forman parte de una sociedad y la libertad de expresión del primero termina cuando comienza la violación de la libertad de pensamiento del segundo.
"Sin ninguna duda, el modo de proclamar una opinión, aunque sea justa, puede ser reprensible e incurrir con razón en una severa censura."
Todo está en el cómo, en la forma. Tratamos como oro en paño temas sobre enfermedades físicas o mentales, desgracias personales y catástrofes naturales, pero no creemos que los temas más polémicos por su diversidad de opiniones merezcan dicha consideración porque —desde cualquiera de las posturas— se cree que aquel que no piensa igual está equivocado y es su deber sacarle de su error.
"La humanidad llegará pronto a ser incapaz de comprender la diversidad, si, durante algún tiempo, pierde la costumbre de verla."
Es una pena que una teoría humanitaria no pueda sustituir al egocentrismo como la del Sol sustituyó a la geocéntrica.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Mr. Brightside, The Killers.

Al fin salgo de esta prisión, y es que lo he estado haciendo bastante bien. Mi psicólogo dice que es normal deprimirse cuando uno lo quiere todo y no puede conseguir más que migajas. Sé que lo nuestro empezó con un beso, ¿cómo ha podido terminar así? ¿Cómo he podido terminar así? Fue sólo un beso, un jodido beso. Ahora no puedo sacarla de mi cabeza. 

Intento dormir mientras oigo cómo ella llama a un taxi, directa otra vez a sus brazos. En el balcón él fuma y le ofrece una calada, copa de vino en mano. Ahora se van a la cama y mi estómago comienza a revolverse, aunque sé que todo está en mi cabeza. Pero ella comienza a tocar su pecho y él a desabrocharle el vestido. Oh, por favor, no puedo más, esto está matándome. Estoy perdiendo el control.

Celos. Voy tirando piedras al mar, nadando a través de nanas enfermizas que intentan calmarme, ahogándome con cada nuevo pretexto. Pero este es el precio a pagar, el destino está llamándome, abriendo mis ansiosos ojos. Porque soy el Sr. Optimista.

martes, 18 de septiembre de 2012

Mi monstruoso secreto.

Que todos tenemos un monstruo escondido en nuestro cuarto es conocimiento general. Dónde lo escondemos es ya harina de otro costal: tras la puerta siempre abierta, en el armario, entre los papeles de un escritorio desordenado, con los calcetines o bajo la cama. En este último lugar está el mío. Puesto que siempre tengo la puerta cerrada y el armario lo abro con demasiada frecuencia, que mi escritorio siempre está ordenado y mis calcetines son muy preciados, no me quedan muchos más lugares.

Cuando era pequeña me daba tanto miedo que cada vez que entraba en la habitación rezaba porque estuviese en modo invisible y miraba rápidamente bajo la cama. Menos mal que nunca le veía. Por las noches le dejaba una botella de agua y me envolvía en las sábanas para que no me hiciese cosquillas. Dormía con la luz ligeramente encendida, porque quizás le tenía tanto miedo como yo a la oscuridad.

Pero fui creciendo, y las historias de miedo pasaron a dejarme sólo un mal sabor de boca. Comencé a vivir un poco más y a olvidar en cantidades mayores. Aprendí que en la oscuridad se daban los mejores juegos; que las sábanas sobran si tienes piel donde descansar. Y él desapareció de mi mente.

Un día cayó un pendiente bajo mi cama y al asomarme vi restos de lágrimas en el suelo. Vi a mi monstruo en un rincón, decaído y temblando como un gatito abandonado. Entonces comprendí. Comprendí que siempre le había tenido miedo porque era diferente. Comprendí que se escondía debajo de mi cama para ayudarme a soportar mi propio peso y que el agua le ayudaba a evaporar mis pesadillas. Que con los pocos rayos de luz podía ordenar mis ideas y plantar cara a otros monstruos que se atreviesen a entrar en mi cuarto, protegiéndome de arriba a abajo con mi sábana convertida en acero. Comprendí que siempre había envidiado en secreto su invisibilidad porque él podía evitar enfrentarse a sus problemas. Y desde que ya no había luz, ni sábanas, ni monstruos que detener, él había perdido el propósito de su vida.

Siendo la culpable de su desdicha, busqué una solución. Y la encontré. Ahora mi monstruo es peluquero y esteticista. Se encarga de mantener el maquillaje de mis uñas intacto si me voy a dormir sin que se haya secado. Evita las manchas de rimmel en la almohada cuando las lágrimas comienzan a caer. Y lo mejor de todo: se encarga de cepillarme el pelo. Todas las noches lo dejo caer por un lado de la cama y él cepilla y cepilla desde su escondite. E hila, trenza y se divierte mientras me regala sueños sin enredos.

Imagen del libro Where the wild things are, de Maurice Sendak.

Los monstruos pueden ser grandes y feos, pero su maldad ha sido implante nuestro. Discriminándolos por ser diferentes, por ser lo que hemos hecho de ellos, cuando no existe peor rechazo que el del creador a su criatura. Lo mejor es aceptarlos y aprender a convivir con ellos. Tal vez llegue un día en el que aparezca en su lugar un lindo gatito que se pasee entre tus pies y se cuele en tu cama como una lección aprendida.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Estacióname.

Si busco el otoño tras cada esquina de esta ciudad es porque el frío me hace sentir menos sola. Porque frío externo y frío interno es calor; como menos y menos, más. Los días son grises, ni buenos ni malos, sino calma. De alma, como a mí me gustan. De pasar el tiempo mirando por la ventana con el pensamiento perdido. De ver tu nombre escrito en el viento. De la lluvia cayendo, que es mi canto de sirena y me hace naufragar tras el cristal.

El calor corporal se vuelve más valioso, por lo que la necesidad de un cuerpo con el que fundirse aumenta y me hace buscarte a cada instante. Pero no siempre estás. Y yo sólo deseo superar el récord de desnudarte, hacer desaparecer todas esas capas de ropa que nos protegen del frío externo, para que sea nuestro frío interno el que haga arder la soledad. Y arrullarnos debajo de las sábanas hasta que comience la tormenta de madrugada, y tus rayos recorran mi piel mientras tus ojos chispean y truenas en mí.

Pero también puedo saltar en los charcos yo sola, y ver cómo caen las hojas y se revuelve mi pelo. Abrigarme tanto que únicamente se me pueda reconocer por los ojos y sólo tú puedas hacerlo. Creerme mosquetero por la capa, las botas y el paraguas. Caminar sobre baldosas amarillas, verdes y marrones, e ir haciéndolas crujir para crear mi propia banda sonora.

Te digo "ven", otoño, porque quiero jugar.