sábado, 15 de diciembre de 2012

El vacío está lleno de nada.

Dicen que la cama está menos vacía cuanto más ocupas. Por eso cuando duermo sola, que es un siempre intercalado de suspiros en tu cama alguna que otra noche que el azar quiere traer, me estiro hasta alcanzar las cuatro esquinas de la cama, sintiéndome su dueña y señora, y me tapo con el nórdico hasta las cejas.

Repaso lo que he hecho durante el día y lo que quiero hacer el siguiente. Si hará mal tiempo y podré ponerme jerséis calentitos y sacar las botas del armario. Y cuando todo lo accesorio está decidido, dejo vagar la mente para terminar en ti. En nosotros. Porque igual que todos los caminos llevan a Roma, todos los pensamientos van al amor.

En ese momento es cuando todo el poderío comienza a evaporarse con el calor que me envuelve y yo empiezo a encoger, a temblar por el aún frío tacto de las sábanas, y termino hecha un ovillo ocupando tan poco espacio que me creo transparente.

Las noches no están para pasarlas solo, que dormir sin compañía no es sensato. Alguien tiene que protegerte de tus sueños y, de vez en cuando, infundirlos y alentarlos, que la soledad no es algo físico y de héroes no está el mundo lleno.

Pero, puestos a jugar, que caiga ya el sueño aunque, un día más, mi cama esté llena de tu ausencia y yo sobre por los cuatro costados.