Hubo una vez un hombre. Uno de tantos. Vestía gabardina y sombrero. Guardaba una pipa en el bolsillo interior pero no llevaba tabaco.
Nunca le conocí, pero todas las mañanas esperaba impaciente el tren en mi estación; todas las madrugadas, regresaba. La pipa sin humo en la boca, la gabardina ligeramente arrugada, el sombrero impoluto. Lo sé porque soy vigilante nocturno y coincidíamos a mi salida y entrada.
Un día después del trabajo decidí seguirle. Descubrí que cambiaba de vagón en cada estación y de tren en cada intercambiador. El trayecto duró todo el día.
No sé si intuía que alguien le seguía. No sé si era él quien perseguía a alguien; a algo. No sé si pretendía despistar a la vida. No sé si desconocía su destino. No sé si lo logró.
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