Me gusta leer los pliegues de tu camisa.
El dobladillo de la falda que baila en tus caderas.
Los mechones que cubren tu cara.
Cuando no me miras
leo las arrugas de tu frente
y el número de veces que
tu piel se eriza
y yo suspiro.
Leo en tu cuello el ritmo de tus latidos
para saber cuándo es mejor callar
o si debo espantar las mariposas.
Intento leer entre líneas cuando entrecierras los ojos tanto, tanto,
que no sé si son cielo encapotado,
mar agitado,
bosque frondoso,
noche oscura
o café humeante.
También tus manos.
Ora en tu pelo.
Ora en tu cuello.
Mejilla.
Labios.
Hombro.
Ora en tu muslo.
Y oro yo por seguir sus pasos.
Lo que quiero es escribir en cada rincón de tu cuerpo
con las manos,
con las uñas,
con los labios,
con los dientes,
con la lengua,
que no hay otro templo que quiera visitar todas las noches
ni devoto más ferviente.
Quiero que me cegues
para poder
así
leerte con las manos.
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