He decidido leerme
Sobre la libertad, de John Stuart Mill, antes de esta entrada para verificar un par de cosas con un entendido en la materia.
Estos últimos días he oído hablar tanto de la libertad de expresión que me ha dado dolor de cabeza y ha provocado que saliese a la luz —de mi bombilla, al menos— la ligereza con la que se utilizan ciertas palabras, ateniéndose a la parte de su significado más conveniente. En este caso, quiero referirme a la ya mencionada
libertad.
En la RAE hay dos acepciones muy apropiadas para lo que quiero exponer.
libertad.
(Del lat. libertas, -ātis).
1. f. Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.
5. f.
Facultad que se disfruta en las naciones bien gobernadas de hacer y
decir cuanto no se oponga a las leyes ni a las buenas costumbres.
Cada uno es responsable de todo lo que hace y todo tiene sus consecuencias. Somos libres de decidir dejar algo para más tarde, ya sea hacer la compra, tareas domésticas o sacar al perro, y hasta de estas cosas tan simples pueden surgirnos contratiempos, como quedarse sin café, ningún plato limpio o el perro haciendo sus necesidades en la alfombra del salón. Pero son casos que afectan a uno mismo.
El problema surge cuando nuestros actos afectan a alguien más, y es que vivimos en una sociedad. A parte de nuestro derecho de libertad, tenemos unos deberes para con ella. Somos libres de emborracharnos en el bar de la esquina, pero se nos prohibe conducir en ese estado no sólo por nuestra seguridad, sino por la del resto.
Esto quiere decir que "para aquello
que no le atañe más que a él, su independencia es, de hecho, absoluta. Sobre sí
mismo, sobre su cuerpo y su espíritu, el individuo es soberano." Sin embargo, en el momento en que las acciones también recaen sobre otros, se es responsable del mal que estas puedan causarles.
Pero nos limitamos a identificar este mal como daños físicos y apenas recordamos el psicológico. Cuántas veces habremos escuchado la expresión violencia verbal y cuántas otras no le hemos tenido la suficiente consideración. El maltrato psicológico es aquel en el que se humilla, desprecia y minusvalora a la persona, tanto su autoestima como sus creencias y opiniones. Y en una sociedad donde a todos nos gusta llevar la razón —una razón ni siquiera absoluta— no es difícil sobrepasar esa línea entre defender tus argumentos y despreciar los del otro.
En una discusión entre un monárquico y un republicano, un ateo y un creyente o un homosexual y un heterosexual, "se debe condenar
a todo aquel, sea cualquiera el lado del argumento en que se coloque, en cuya
defensa se manifieste o falta de buena fe, o malicia, o intolerancia de
sentimientos." Porque forman parte de una sociedad y la libertad de expresión del primero termina cuando comienza la violación de la libertad de pensamiento del segundo.
"Sin ninguna
duda, el modo de proclamar una opinión, aunque sea justa, puede ser reprensible
e incurrir con razón en una severa censura."
Todo está en el cómo, en la forma. Tratamos como oro en paño temas sobre enfermedades físicas o mentales, desgracias personales y catástrofes naturales, pero no creemos que los temas más polémicos por su diversidad de opiniones merezcan dicha consideración porque
—desde cualquiera de las posturas— se cree que aquel que no piensa igual está equivocado y es su deber sacarle de su error.
"La humanidad
llegará pronto a ser incapaz de comprender la diversidad, si, durante algún
tiempo, pierde la costumbre de verla."
Es una pena que una teoría humanitaria no pueda sustituir al egocentrismo como la del Sol sustituyó a la geocéntrica.