Si busco el otoño tras cada esquina de esta ciudad es porque el frío
me hace sentir menos sola. Porque frío externo y frío interno es calor;
como menos y menos, más. Los días son grises, ni buenos ni malos, sino
calma. De alma, como a mí me gustan. De pasar el tiempo mirando por la
ventana con el pensamiento perdido. De ver tu nombre escrito en el
viento. De la lluvia cayendo, que es mi canto de sirena y me hace
naufragar tras el cristal.
El calor corporal se vuelve
más valioso, por lo que la necesidad de un cuerpo con el que
fundirse aumenta y me hace buscarte a cada instante. Pero no siempre
estás. Y yo sólo deseo superar el récord de desnudarte, hacer
desaparecer todas esas capas de ropa que nos protegen del frío externo,
para que sea nuestro frío interno el que haga arder la soledad. Y
arrullarnos debajo de las sábanas hasta que comience la tormenta de
madrugada, y tus rayos recorran mi piel mientras tus ojos chispean y
truenas en mí.
Pero también puedo saltar en los charcos
yo sola, y ver cómo caen las hojas y se revuelve mi pelo. Abrigarme
tanto que únicamente se me pueda reconocer por los ojos y sólo tú puedas
hacerlo. Creerme mosquetero por la capa, las botas y el paraguas.
Caminar sobre baldosas amarillas, verdes y marrones, e ir haciéndolas
crujir para crear mi propia banda sonora.
Te digo "ven", otoño, porque quiero jugar.
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