Quería ser exótica, por lo cambió su pelo oscuro por el fuego, y decidió esconder con él sus salvajes cejas y sus orejas ligeramente grandes. Prefería
el azul para sus tristes ojos marrones. Siempre llevaba maquillaje para cubrir la cicatriz que dejó la hebilla de un cinturón en su mejilla. Las uñas postizas cubrían sus malos hábitos.
Él se enamoró de las raíces de su pelo, de las orejas que se entreveían tras el fuego. Y también de sus cejas, escondidas bajo el flequillo. Del color de sus ojos, que podía apreciar tras la lentilla izquierda mal colocada. De la cicatriz que adivinaba en su mejilla. De sus uñas, pues una quedó expuesta tras un desafortunado golpe en la taza de su caramel macchiato.
Se enamoró de lo que ella no quería ser, por eso no pudieron ser nada.
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