Debería haber aprendido que tu atención no era amor y que, con el tiempo, tampoco surgiría.
Siempre estás rígido cuando te abrazo. Es difícil mantener una conversación contigo. Nunca consigo dormir cuando estás en mi cama. Sólo obtengo de ti un latido de buenas noches y yo no puedo evitar volverme una estatua. Depresiva, porque sólo te abres cuando nos desnudamos.
A veces decido ignorarte para poder mantener el control. Pero realmente te adoro, por lo que no puedo dejarte ir.
Me he alimentado con fantasías que cubren todo lo que está mal:
—Vamos cariño, emborrachémonos. Olvidemos que no nos llevamos bien.
Mi piel se vuelve áspera cuando me tocas. Mis labios, agridulces.
No me quieres, y nunca te diré cómo me siento.
Parece una broma interpretar cualquier papel cuando no es el de protagonista en tu corazón. Prefiero actuar sola a representar un rol secundario, si no puedo obtener el principal.
Nunca pedí amor, nunca tuve que arreglar mi corazón porque antes de que comenzara una historia siempre vi el final. Pero llegaste tú. Mi excepción. Y lo cambiaste todo. Así que esperaré que te abras, que te entregues a mí, pero sé que no vas a darme nada. Y yo sé que nunca te liberaré.
Un cordial saludo desde el infierno.
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